MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 4 de marzo de 2015

El Caracazo de 1989, para la memoria y la reflexión


ALAI.- Aunque tal vez no era el propósito directo de sus protagonistas, el 27 de febrero de 1989 pasará a la historia como el primer evento mundial de resistencia masiva y popular a las políticas económicas neoliberales que, desde finales de los 70, se venían aplicando en América Latina. El segundo evento de esta significación fue en Buenos Aires, Argentina en el año 2002.

Aunque hay que dejar claro que, los pocos meses del Caracazo, se daban explosiones populares en Brasil, donde con la misma modalidad de expropiación directa a los comercios la gente salió a las calles de Rio de Janeiro y otras ciudades. De esta forma, en ambos lugares de América Latina, la gente descubría, intuitivamente y en la práctica, que la propiedad privada es privadora de la vida de las mayorías. Pero la réplica brasilera no se dio con tal magnitud al epicentro de Caracas. A pesar de esta manifestación de resistencia, durante los años noventa el neoliberalismo, portando una soberbia criminal, se envalentonó y continuó su avance tanto en Venezuela como en América Latina.

En Argentina se impuso un esquema monetario ultraliberal, avalado en gran parte con la llamada la Ley de Convertibilidad, que terminaba eliminando a la moneda nacional al sujetarse al dólar, y desaparecía de facto al Banco Central de la República Argentina. Fueron los tiempos de los ministros estrellas del pensamiento económico de la derecha. Esta hegemonía dio paso al segundo acto de resistencia masivo al neoliberalismo, (a su modelo político y a su modelo económico) cuando, muchos años después, una gran proporción de los habitantes de Buenos Aires, azotados y empobrecidos por una devastadora crisis financiera y económica que acompañó la caída del modelo de convertibilidad (conocido como la Caja de Conversión), hicieron y una revuelta que permitió a los bonaerenses observar cómo el Presidente Fernando de la Rúa, luego de presentar su renuncia, abandonaba por “los aires” la Casa Rosada,.

En el caso de Venezuela, es importante aclarar que para esa época se distinguen dos tipos de protagonistas, uno es el pueblo y por el otro, los representantes de los intereses dominantes que intentaban llevar a cabo una propuesta de relevo del modelo capitalista dependiente y petrolero colapsado. Mientras en las calles de Caracas las multitudes protagonizaban una revuelta, en Washington, el mismo 27 de Febrero de 1989, los principales diseñadores nacionales del Programa de Ajustes Estructural, altos funcionarios del Gobierno de Carlos Andrés Pérez con el Ministro de Planificación (Cordiplan) Miguel Rodríguez a la cabeza, estaban negociando con el Fondo Monetario Internacional una Carta de Intensión y un Programa de Ajuste Estructural.

Todavía no se sabe si, los acontecimientos que, en ese mismo momento, explotaron en Caracas, tomaron por sorpresa a los que estaban en la negociación y motivaron una evaluación de la viabilidad política del ajuste. Lo cierto es que la soberbia que caracterizó a esta tecnocracia neoliberal (IESA boys), que acudía al auxilio de los socios que suscribieron el Pacto de Punto Fijo, no sólo llevó a subestimar los efectos sociopolíticos de la política económica, sino que se aventuraron, a sangre y fuego, en darle continuidad a su estrategia de instalar el neoliberalismo durante una década.

Estos economistas -que representaron los intereses de los sectores dominantes en ese momento, especialmente a facción la burguesía comercial, de telecomunicaciones y financiera organizada en el Grupo Roraima- dieron una especie de golpe institucional, al pasar por encima de Congreso Nacional, del directorio de la CTV y del Comité Ejecutivo Nacional del partido gobernante Acción Democrática, quienes luego de reclamar la ausencia de consulta, de la Carta de Intención, se conviertieron en complaces activos de estos representantes de los verdaderos gobernantes de Venezuela.

El programa de ajustes estructural resumía una opción, que tuvo su tiempo de maduración que va desde finales de los 70 a principios de los 80. Años en los cuales se manifiesta y desarrolla el punto de quiebre del agotamiento del modelo de crecimiento basado en la distribución de la renta petrolera en una economía capitalista dependiente y petrolera. Algunos autores consideran que 1978 es el año donde se manifiesta un declive, cuyo despliegue en el tiempo que devino no termina por concluir. Otros consideran que la “nacionalización” petrolera contribuyó con esta tendencia declinante, en tanto las empresas trasnacionales y la burguesía nacional (altamente dependiente del gasto público) empezaron a limitar sus inversiones y priorizaron por actividades que facilitaran la captura de la renta petrolera para luego exportarla.

En 1983, explotan las contradicciones económicas acumuladas, especialmente porque se acopia silenciosamente una deuda externa producto de la descentralización del crédito público que lleva a que los organismos y empresas públicas se endeudaron en dólares sin ningún control. La crisis de la balanza de pagos conduce al fin del régimen de cambio libre basado en una tasa fija (4,30 bolívares por dólar). Todo cambia bruscamente, especialmente para los sectores laborales pobres y sectores medios de ingresos que empiezan a recorrer por un tobogán de deterioro progresivo e intenso de los niveles de acceso y de bienestar que el auge rentista les había asegurado, parcialmente, desde los años sesenta a una porción importante de dichos estratos de ingreso.

Los que se encontraban en la eterna pobreza y la miseria profundizaron su condición, mientras que los sectores medios de ingresos, como los profesionales (incluyendo a los docentes y trabajadores de la salud), los militares y los empleados públicos se incorporaron a un proceso violento de depauperación. Ya la “Gran Venezuela” y el “ascenso social” ofrecido por la democracia representativa del puntofijismo eran tierras prometidas que se alejaban velozmente del alcance de los sectores laborales. Ya Venezuela dejaba de ser el ejemplo en América Latina como “la democracia y la economía más estable”. Por supuesto, que para aquellos que mantienen el poder económico, la crisis era sólo una turbulencia pasajera que no le impedía seguir viajando a Nueva York o a otras partes del mundo donde disponen de importantes activos inmobiliarios y financieros. Por lo contrario, los sectores capitalistas saben que estas crisis se convierten en una oportunidad para seguir aumentando su riqueza sobre la base de la apropiación de la renta petrolera y de la expropiación del plusvalor creado por el trabajo de la mayoría de los venezolanos.

Izquierda tradicional y transformismo

Algo poco reseñado con respecto al contexto histórico y sociopolítico del 27 de febrero de 1989, ha sido el papel que estaban cumpliendo sectores que migraron de la izquierda tradicional y de la izquierda reformadora para ponerse a la disposición del reordenamiento del patrón de acumulación capitalista en crisis. Es importante resaltar el papel durante los tiempos que anteceden y siguen al hito histórico del 27 de Febrero, de algunos representantes de los que fue la izquierda de los años 60 y que luego cayeron en las manos del transformismo. Para desconcierto y tristeza de los que confiaron en algunos líderes renombrados de la izquierda en Venezuela, algunos de sus principales líderes se habían incorporado a los equipos del gobierno de Jaime Lusinchi.

La Comisión Presidencial para la Reforma del Estado fue albergue de muchos autodenominados intelectuales de izquierda que en ese momento dijeron que ya no había otra alternativa que la de sumarse al enemigo, igual pasó con algunos ministerios claves y puestos gubernamentales donde estos antiguos izquierdistas terminaban su metamorfosis hacia socialdemocracia. Algunos de estos conversos son los principales asesores económicos de los sectores más reaccionarios (fascistas) de la derecha que actualmente pretende derrocar el gobierno legítimo y popular del presidente Maduro.

Los autoproclamados “marxistas” de ayer, eran bentancouristas ahora. Pareciera que esa fue la consigna para aquellos dirigentes que terminaban “transformados”. En los inicios de los noventa, la caída del Muro de Berlín los envalentona y les refuerza su convicción que la única forma de salvar al país era salvar al capitalismo. Que el capitalismo clientelar, rentista, populista y estatista tenía que ser reemplazado por un “capitalismo productivo”, donde el libre mercado y el liderazgo de la empresa privada constituyeran la base de la sociedad neoliberal que planteaba el Grupo Roraima, el Grupo Santa Lucia y la mayoría de la cuerpo académico del IESA. Es así como, el momento que Carlos Andrés Pérez (CAP) asume su segunda presidencia, en 1989, cuenta con un back office y un front office de asesores inspirados por el neoliberalismo, donde además de los representantes directos de las clases dominantes (hijos legítimos de la burguesía), se encontraban los renegados izquierdistas y algunos IESA-Boys. El Presidente electo, CAP, dispone de un equipo de brillantes mentes postmodernas, alejadas convenientemente de la contaminación que representaban los viejos y tradicionales miembros del CEN de Acción Democrática.[1]

Es así como, en los albores de la década de 1990, desde las oficinas de funcionarios (economistas en su mayoría) del Banco Central de Venezuela salieron las primeras líneas del llamado Programa de Ajuste Estructural y la redacción a dúo de la Carta de Intención con los funcionarios del FMI. El Banco Central, como los otros ejes de poder institucional del Estado, estaba comandado por los intereses de los grupos económicos nacionales y trasnacionales. Particularmente de los representantes más ilustres del capital financiero nacional.

Mientras que de las manos de un equipo, de refinados y bien educados tecnócratas, atrincherado en las oficinas de CORDIPLAN, salió el 9 Plan de la Nación conocido como “El Gran Viraje”. Este documento es una pieza fundamental para comprender la ideología neoliberal que predominó durante los años noventa en Venezuela.

A penas se toman las primeras medidas de ajustes de precios, como lo fueron los ajustes de las tarifas de transporte urbano, se da una explosión que se enciende inicialmente en algunos puntos de Guarenas y de Caracas. Luego se propaga por la superficie urbana de importantes ciudades, hasta convertirse en explosión. Muy a pesar de este estremecimiento social, los sectores hegemónicos continuaron con políticas económicas que agudizarían condiciones económicas y sociales propias de la formación económica y social venezolana, al mismo tiempo que cultivarían las confrontaciones venideras, como la irrupción de movimiento bolivariano liderizado por el Comandante Hugo Chávez.

El 27 de Febrero inicia un tiempo de revueltas

Es así como a la rebelión o explosión popular de 1989 se le respondió con balas y muerte. Durante 5 días se estremecieron las principales ciudades de este país. Especialmente la ciudad de Caracas. Este estremecimiento tuvo dos etapas con diferente tinte. Primero la gente tomó las calles, hizo barricadas en las vías principales, tumbó las llamadas santamarías (puertas corredizas de metal) de los locales e iniciaron el “saqueo” de los comercios. Al principio esta toma/apropiación/distribución de bienes llegó a ser tolerada por la policía, a tal punto que en algunos lugares (como en Petare) los efectivos participaron en poner orden en las colas, sin dejar de contar que también se los funcionarios del orden público también se llevaban lo suyo. Todavía no se sabe por qué se dio esta circunstancia dónde prevaleció una actitud tolerante y colaboracionista de los cuerpos tradicionalmente represivos. Algunos argumentan que la policía metropolitana venía de un conflicto y esto permitió una cierta identificación con la poblada. Tampoco esta actitud fue homogénea, en algunos lugares se reprimió duramente desde el principio a fin.

Importa resaltar que, no sólo eran los habitantes de las barriadas pobres los que dejaban de respetar la sacrosanta propiedad privada. Sino que los sectores medios de Caracas salieron a tomar los carritos de los automercados esta vez para participar en una inédita experiencia de expropiación ejercida por una multitud. No sólo en Petare o en Catia de empezó a tomar las mercancías sin pagar, sino que urbanizaciones de clase media como El Marqués, La California o San Bernandino (entre otros) protagonizaron la expropiación espontánea.

Por algunas horas se dio una polarización entre sectores mayoritarios de la población y las oligarquías. La lucha de clases se mostraba de una forma espontánea y primaria. Recordemos que los sectores empresariales culpaban al control de cambio del desabastecimiento de bienes como la harina de trigo para hacer pan, o del azúcar, o de otros productos como los de limpieza del hogar. Mucho antes de la explosión social de ese día se había sembrado la tensión y la incertidumbre, las expectativas recaían sobre el gobierno que recién se estaba instalando. A fines de 1988, y durante el primer mes del nuevo año, en los automercados y abastos se empezaron a formar colas de gente solicitando productos que se estaban racionando. Las pobladas que irrumpieron en los establecimientos comerciales lograron que aparecieran productos que estaban acaparados, tal vez esperando que el nuevo gobierno anunciara la devaluación y el ajuste de precios. En Petare, luego de pasar meses con ausencia de pan en las panaderías, vi como un hombre cargaba un saco de harina de trigo de una panadería saqueada; vimos como aparecían latas de mantequilla con precios viejos.

Estas escenas se repetían en varias partes de la ciudad. Los que no tenían obligaban por la fuerza a distribuir las cosas que poseían los que tenían.

Entre las facciones de la burguesía, eran evidentes las contradicciones que debilitaban su hegemonía como clase dominante. El Grupo Roraima, utilizaba la artillería que había atrincherado en el IESA, en el Diario de Caracas y en el canal RCTV para disputarle el liderazgo al Grupo Cisneros. El Diario de Caracas, publicó un dossier donde detallaba la boda de uno de los Cisneros. El mensaje era claro, mientras el país padecía de escasez de bienes esenciales y de dólares, el sector de la burguesía que había consentido a Carlos Andrés Pérez y sus allegados disfrutaba una bacanal con un menú donde destacaban especialidades culinarias traídas de todas partes del mundo. Pura pacatería, fariseísmo y cinismo, porque los que chismeaban a los Cisneros eran iguales o peores a la hora de darse vida financiados por la renta petrolera que el Estado les provee y de la plusvalía que la explotación capitalista le expropia a los trabajadores venezolanos.

Luego vino terrible día en que las armas del ejército burgués apuntaron al pueblo indefenso. El día triste, fuimos testigos de cómo los soldados le disparaban con fusiles a las personas que venían bajando de las escaleras del cerro que se interponía entre el Mercado Popular de Mesuca y las entrada de Palo Verde y del cordón de barrios populares compuesto por El Progreso, Las Vegas de Petare y José Félix Ribas. Impotentes, observamos cómo mujeres, hombres y jóvenes caían heridos por las balas de los soldados armados de FAL. No sabemos cuánta gente murió en esas terribles horas. En las horas de tregua, acompañamos al padre Matías Camuñas a recorrer las calles donde yacían cuerpos de gente del pueblo; vimos cómo de los barrios iban y venían furgonetas, algunas cargadas de cadáveres.

Hay momentos donde las convicciones se reafirman a pesar del dolor y de la impotencia. Comprendimos una vez más, quiénes son los que están contra el pueblo oprimido; comprobamos nuevamente que la justicia era “una justicia que ajusticia” a los pobres, que los responsables principales del genocidio nunca fueron juzgados, más bien han regresado con rostro nuevo o maquillado.

Con las rebeliones bolivarianas de 1992, se demostró por segunda vez luego del Caracazo, que una era la racionalidad que predominaba en los espacios de poder y en las mentes dirigentes y otra era la dinámica que se cosechaba en una parte de la sociedad que había sido afectada por el colapso del capitalismo rentístico y de su modelo político. La ilusión de la democracia representativa, consagrada por los carnavales electorales, mostraba su pie de barro. La dirigencia política alejada del pueblo por definición de clase, perdía toda influencia para masajear la mente del pueblo con el mensaje que promocionaba su mejor mercancía: la democracia y la libertad bajo el capitalismo.

El modelo político entró en crisis de legitimidad, se desgastó su promesa, se develó el engaño cínico. El pueblo dejó de creer y perdió la fe en el discurso del liderazgo político. Y la gente tomo las calles. No estaban dirigidos por las ideas de Lenin ni de Bakunin como algunos ahora quieren interpretar. Aunque hubo participación de algunos viejos combatientes de izquierda que dieron lecciones de cómo hacer barricadas (eso sucedió en Petare), esta participación fue subordinada al espontaneismo. Parte de la izquierda que estaba institucionalizada, imbuida en las mieles del poder que le ofrecía la democracia representativa, fue sorprendida.

Emergió con fuerza una expresión de esa corriente histórica-social que se ha permanecido latente desde la invasión colonial. Eso hilo histórico de resistencia se manifestó de manera iconoclasta, espontánea. En esos días de febrero, esa corriente histórico-social encauzaba cimarronamente los sentimientos e intereses de los sectores dominados y afectados por el modelo político y por el modelo económico imperante, heredero de las luchas sociales que se habían gestado y manifestado desde la colonia.

En estos días en que la patria de Bolívar se encuentra asediada por un despliegue mundial de manipulación mediática sin precedentes, que dispone de grandes recursos tecnológicos y financieros a su disposición, donde se recurre al terrorismo para asfixiar la vida cuotidiana, una reflexión profunda sobre el 27 de febrero es necesaria.

Notas

1.- Años más tarde, cuando era inevitable el derrumbe de CAP, estos miembros del CEN del partido Acción Democrática se convierten en principales acusadores de que el partido haya quedado en manos de estos tecnócratas. Mientras los tecnócratas, a finales de los años noventa, respondían que las reformas no se habían llevado a cabo por la resistencia de esa “clase política”.