Padre Pedro Pierre
En estos días se está llevando a cabo en Bolivia la Conferencia Mundial de los Pueblos cuyo lema es ‘Por un mundo sin muros hacia la ciudadanía universal’. ¿No será el sueño que llevamos adentro del corazón frente a tantos conflictos que enfrentan países en guerras, frente también a otros tantos conflictos que nos oponen los unos con los otros?
En el siglo pasado los papas han clamado por “nunca más la guerra” retomando el anhelo de los pueblos de Europa de no volver a enfrentarse en guerras fratricidas que dejaron varias decenas de millones de muertos por los campos de batalla. Mientras tanto siguen en este siglo nuevas guerras cada vez más y más mortíferas, en particular en Medio Oriente, pero también en África y Asia del este, llevadas adelante por el afán de las multinacionales del petróleo y de las materias primas. Los mismos gobiernos de Estados Unidos y Europa han fomentado la creación del terrorismo en el mundo árabe siguiendo la maliciosa costumbre de dividir para dominar.
En América Latina el neoliberalismo encuentra sus fanáticos en todos los países donde las clases pudientes nacionales buscan conservar y aumentar sus privilegios y riquezas a costa del empobrecimiento de las grandes mayorías. Los vemos en Venezuela donde la derecha fomenta una guerra civil no declarada, queriendo hacernos creer que las decenas de muertos son culpa del Gobierno. Cada vez más voces nos dicen: “No crean ni el 1% de las noticias internacionales sobre Venezuela”.
En Europa, el terrorismo tiene su origen en gran parte en los mismos países europeos. Con las migraciones de millones de latinos, hemos descubierto la odiosa realidad del racismo. Eso es lo que ocurre con los migrantes árabes: esta población ha migrado a Europa por la pobreza heredada de la colonización, por los gobiernos explotadores fomentados por las mismas potencias coloniales, por las guerras a fin de controlar el dominio sobre las materias primas. En los países de Europa estos migrantes son los más pobres entre los pobres: postergados, humillados, odiados, agredidos… Allí está la primera violencia y el caldo de cultivo del terrorismo.
No podemos reclamar un mundo sin violencia ni un país sin conflictos si nosotros mismos somos agresivos e hirientes los unos con los otros. La paz no es solo la ausencia de guerra, sino la construcción permanente de relaciones armoniosas entre nosotros. “La ambición es la raíz de todos los males” escribía san Pablo. Muchas veces nosotros queremos tener siempre más y más en una sed insaciable de amontonar cosas materiales que al final no nos hacen felices, pero sí nos dividen, nos oponen, nos tuercen el corazón.
Un sueño colectivo se está poniendo en marcha en Bolivia: Por un mundo sin muros hacia la ciudadanía universal. Esa debe ser nuestra tarea cotidiana. El paraíso terrenal no está atrás de nosotros sino por delante: a construir hoy, mañana y siempre. Los que optamos por ese camino, en medio de muchas dificultades personales y ajenas, encontraremos ya el gran regalo de la paz y de la felicidad.