José Ignacio Calleja
Vitoria-Gasteiz
Claro que sí, Cardenal Müller. Usted dice que puede hablar por libertad personal y el bien de la Iglesia, pero, recuerde esto: si lo hacemos nosotros es "disenso" y, si lo hace usted, es servicio. ¿Qué le parece? Más aún, antes era Usted el que se cuidaba de los disidentes, por el daño a la comunión eclesial, y ahora le ha tomado el gusto a ese papel de "disentidor". Más vale tarde que nunca, pero mida a los demás como le gusta ser medido.
Y luego es verdad que Usted cultiva un paradigma teológico-doctrinal alejado de esa relación delicada y no fácil entre la verdad y la praxis, tan propia de Francisco, prefiriendo a los neoplatónicos y escolásticos más decadentes (los hay muy creativos) en la afirmación de la Verdad de la que puede derivar o no una vida buena; si falta la vida buena y justa, somos pecadores; si la norma arrasa con la vida feliz de la gente, lo siento, los pecados (ajenos) se pagan; lo que importa es confesar que la Verdad subsiste siempre; debe existir como vida de amor; "debe", pero si lo logra o no, es derivado. Importa que las ideas claras y distintas se salven y conozcan bien. ¿Dónde? ¿En la mente divina? ¿En la naturaleza humana? ¿En la conciencia de los consagrados? Buena voluntad tiene esa teología, supongo, pero a la larga es un erial.
Ese modelo teológico (neoplatónico y agustiniano, a veces, neoescolástico, otras), ve el marxismo por todos los lugares donde la teología reclame la praxis cristiana de liberación -integral y desde los más pobres-, como momento interior a la fe vivida y pensada. No siempre se lleva mal con el recuerdo de la atención pastoral a los pobres, como consecuencia de la teología y la fe, pero eso, consecuencia pastoral subordinada y espiritualizada en lo posible. (No hagamos sociología, se dice, no confundamos las prioridades de la fe, no prioricemos la caridad como justicia con la dignidad... para eso está la política..., y además la salvación creyente es plenitud ecatológica, otra cosa que la fraternidad humana de inspiración socialista). Si falta la vida buena y justa -parece aceptar- qué le vamos a hacer, humanos somos.
Cuando Usted reflexionó en el tema junto a Gustavo Gutiérrez, usted pensó que había entendido y acogido lo suficiente de ese compromiso de la fe con la historia humana de la gente. Pero asumir la praxis cristiana liberadora e integral de los pobres, en la fe y en la teología, (¡no hay otra que la integral!), tiene consecuencias que ahora no desea. Y de ahí lo de "verdad y vida", "gracia y amor", y otros conceptos que a Juan Pablo II y Benedicto XVI les subyugaba reunir y ¡jerarquizar! ("la Verdad os hará libres", "Caridad en la Verdad"), y separar mucho más que Francisco, pero en sentido contrario. Conceptos que a mí me encantan, si los encuentro reunidos y definidos con Encarnación personal y social. Porque hay demasiado lenguaje de significado pastoral "difuso" en el habla eclesial de la ternura y el don. Se lleva mucho en estos tiempos de condescendencia pasajera, creo, con Francisco. (Por cierto, no lo mitifico; lo amo, sin más).
Usted está persuadido, y muchos otros, de que ese paradigma teológico que defiende es el más rotundamente eclesial, es decir, el que realiza la tradición teológica más verdadera en relación a las fuentes de la fe y a las formulaciones que el Credo ha adquirido en la vida de la Iglesia; en suma, el que mejor conecta y plasma la Tradición del Evangelio. Y he aquí que aparece un Papa que postula un paradigma teológico -no impone- que reordena los mismos elementos de la fe, pero alrededor de la amoris traditio, ¡la tradición del amor a los más pobres en particular!; un Papa que reconoce que la verdad bíblica y la fe cristiana son verdad formulada y practicada desde una vida bien concreta, la de Jesús, el gran samaritano (y el gran caído); es decir, desde la Encarnación del Hijo de la Misericordia, Jesús de Nazaret, y su Resurrección como Cristo de ese Dios y no otro; o en sencillo, que los pobres nos evangelizan porque desde ellos Dios, en Cristo, se nos revela para todos como don de amor y justicia misericordiosa, ¡pero desde ellos y por ellos en el centro! Y, ahí, cunde el pánico dogmático, teológico y moral. El samaritanismo que se abaja de Jesús (el samaritanismo kenótico) es demasiado para su Doctrina de la Fe. Lo dice su declaración: la fe es lo primero en la Iglesia, ¿qué fe? Ah, la fe, ¡todo el mundo sabe cuál es! ¿Seguro?
Reconocer que Dios no sólo es el Otro, el Otro más íntimo a nosotros, sino otro que el que ha movido hasta hoy el intelecto teológico y las intenciones eclesiales-eclesiásticas de esa Congregación para la Doctrina de la Fe que presidió, tal vez sea duro en lo personal, pero en lo teológico y pastoral es demoledor. Como Usted hay muchos, y no es problema el debatir, sino lo poco que debatieron antes, lo poco que van a debatir en el futuro, presumo (cuando llegue otro Papa), y lo difícil que es reconocer que el rey estaba desnudo. Por supuesto que Usted acumula sabiduría, y no es despreciable su saber en absoluto, pero si la vida justa y buena, y feliz y bella en lo posible, de los más pobres no pasa al centro de la mirada de la teología, el dogma y la moral, la acusación de cercanía al marxismo por la importancia que cobra en ella la práctica de vida buena y justa, no me parece temible. A lo mejor merece la pena pasar por ese trance nominalista.
Ya sé que Usted ha hablado de la distancia que parece introducir Francisco entre verdad y vida, a favor de ésta, ¡no de separación!, pero claro, quien está acostumbrado a mirar desde la Verdad la vida diaria de la gente sencilla y sus dramas familiares, cualquier insistencia en la valía epistemológica y teológica (lugar del saber) de la liberación integral (salvación final en Dios) de los más pobres y sufrientes, y convertidos a ellos, la salvación de todos, suena a irrespetuoso con el conocimiento y cuidado de la Verdad Divina. ¿La de Jesús? No.