Fray Marcos Rodríguez
(Ex 12,1-14) Os lo
comeréis a toda prisa, porque es la
Pascua, el Paso del Señor.
(1 Cor 11,23-26) Cada vez que comáis y bebáis...
proclamáis la muerte del Seños.
(Jn 13,1-15) Si
yo el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros.
Día del
servicio a los demás, por amor y en humildad. El verdadero amor
nunca se queda en teorías. El amor que no se manifiesta, no existe.
El tema central del
Triduo Pascual es el AMOR. El Jueves se manifiesta en los gestos
y palabras que lleva a cabo Jesús en la
entrañable cena. El Viernes queda patente el grado supremo de amor al
dar la vida por no renunciar al bien del hombre. El Sábado, celebramos la Vida que surge de ese Amor
incondicional. En la liturgia de estos días intentamos manifestar de manera
plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante
no son los ritos, sino el significado que éstos encierran.
La liturgia del Jueves Santo está estructurada como recuerdo de la
última cena. La lectura del evangelio de Jn nos debe hacer pensar; se aparta
tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción
del pan, Pero en su lugar, nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos
deja desconcertados. Si el gesto sobre el pan y el vino, tuvo tanta importancia
para la primera comunidad, ¿por qué lo omite Juán? Y si realmente Jesús realizó
el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos?
No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas
o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exegetas
no lleguen a conclusiones más o menos
definitivas. Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de
despedida, se le dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella
sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la
primera comunidad. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino, era
un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que
pudo añadir Jesús, o los primeros cristianos, es el carácter de símbolo, de lo
que en realidad fue la propia vida de Jesús.
El gesto de lavar los pies era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie
se le hubiera ocurrido que Jesús la hiciera si no hubiera acontecido algo
similar. Es una acción más original y de mayor calado que el partir el pan.
Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por
ser más sencilla. Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental
hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación
llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada
compromete. Aquí veo yo la razón por la que Jn se olvida de la fracción del
pan. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con
los demás y no es fácil escamotearla.
Parece
demostrado que, para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para
Jn no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual,
es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche
anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Jn insiste, siempre que tiene
ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua. Identifica a Jesús con el cordero
pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la
liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación.
Los amó hasta el extremo. Se omite
toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo
esencial. Lo esencial es la demostración del amor. “Hasta el extremo” (eis telos) = en el más alto
grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su
vida, ahora va a manifestarse de una manera total y absoluta. “Había amado... y
demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en
Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima.
Dejó el manto y tomando un paño, se lo ató
a la cintura. No se trata en Jn de la cena ritual pascual, sino de
una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con
las instituciones de la
Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El
paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cual debe ser la
actitud del que le siga: Prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él.
Jn pinta un cuadro que queda grabado para siempre en la mente de los discípulos.
Esa última acción de Jesús, tiene que convertirse en norma para la comunidad.
El amor es servicio concreto y singular a cada persona.
Se puso a lavarles los pies y a secárselos
con la toalla. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia.
Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con
una comida, siempre se hace antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que
Jesús hace no es un servicio cualquiera. Al ponerse a los pies de sus
discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de
Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor. El verdadero amor hace
libres. Jesús se opone a toda opresión. En la nueva comunidad todos deben estar
al servicio de todos, imitando a Jesús. La única grandeza del ser humano es ser
como el Padre, don total y gratuito para los demás.
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Esta explicación que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica
hasta qué punto es original esa actitud. Retomó el manto pero no se quita el
delantal. Se
recostó de nuevo, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de
hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y señorío. La pregunta
quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended
bien lo que he hecho con vosotros, porque estas serán las señas de identidad de
la nueva comunidad.
Vosotros
me llamáis “Maestro” y “Señor” y decís bien porque lo
soy. Jn es muy consciente de la diferencia entre Jesús
y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna
clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los
hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor
o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la
relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor más igualdad, más
servicio.
Pues si yo os he lavado los pies, también
vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los
títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque
se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no
suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano, a
expresar plenamente la vida que posee. Llamarle Señor es
identificarse con él, llamarle Maestro es
aprender de él pero no doctrinas sino su actitud vital. Sienten la experiencia
de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo.
Os dejo un ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para
acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los
pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de
hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que
imitarle a él como él imita al Padre. Ser cristiano es imitar a Jesús en un
amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres.
Es una pena
que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la “caridad”. Tranquilizamos
nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo
que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos
aceptar que no somos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido
engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños. Celebrar la eucaristía es
comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y
preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que todos los
que encontró a su paso la tuviera también. Jesús promete y da Vida definitiva
al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó. La misma Vida de Dios,
la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al
que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el
hombre.