MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Mensaje del P. Saverio Cannistrà con motivo del V Centenario Sta. Teresa de Jesús


Fr. Saverio Cannistrà, ocd
Prepósito General

A todos los miembros de la Orden del Carmelo Descalzo, frailes, monjas y seglares y toda la gran familia teresiana, hermanas y hermanos, desde nuestra Casa Madre, la Casa de Teresa: ¡Que la Paz de Cristo, el Jesús de Teresa, esté con todos vosotros!

Después de cinco años y medio de concienzuda preparación personal y comunitaria, llegamos a este día tan deseado, 15 de octubre de 2014, solemnidad de Santa Teresa, en el que iniciamos las celebraciones del V Centenario de su nacimiento ¡Feliz 500º cumpleaños, Santa Madre!

Es para nosotros una magnífica oportunidad este quinto Centenario, para que Teresa continúe hablándonos con la fuerza de su testimonio y de su pasión. La Santa nos habla de aquello que ha vivido, nos cuenta la historia de un alma -la suya- que después de muchas resistencias ha cedido al amor del Dios vivo y ha descubierto en él la propia verdad, la bondad y la belleza radical. Teresa no ha hecho alarde para sí misma de su experiencia, sino que nos la ha donado para que también nosotros podamos entrar en su misma plenitud de vida y de felicidad, que de otro modo no hubiéramos conocido, quedando prisioneros del mundo.

Constatamos, de día en día, que nuestro ser tiende a reducirse a las proporciones de un mundo dominado por las dinámicas del poder económico y tecnológico. Creemos ser omnipotentes, pero en realidad estamos perdiendo lo más grande que posee el ser humano: su capacidad de amar como Dios lo ama. Teresa nos lleva a esta cima de nuestro ser, al punto de contacto entre el hombre y Dios, el cual tiene un rostro y un nombre, el de Jesucristo crucificado y resucitado.

En el centro del centenario teresiano debe estar aquello que está en el centro del corazón de Teresa y no aquello que está en el centro de nuestros proyectos mundanos, de nuestras iniciativas. En el centro del centenario debemos situar aquello que, a quinientos años de distancia, no ha envejecido, ni mucho menos, ni ha perdido actualidad, es decir, una vida empapada, herida de Dios, a la cual ha sido confiada una misión de crucial importancia: recordar a la Iglesia y al ser humano de todos los tiempos que el centro del hombre es Dios y que el centro de Dios es el hombre.

Tengo miedo de denominar a todo esto mística, porque esta etiqueta podría hacer de Teresa un jardín cerrado, una fuente sellada a la cual solo pueden acceder unos pocos elegidos. La misión de Santa Teresa es universal y no es sino una nueva propuesta del Evangelio, de la alegría del Evangelio, de su frescura, de su fuerza liberadora y humanizadora.

Teresa comparte con cualquiera –con toda persona en cualquier lugar del mundo cuyo andar se pierde en una ruta hacia ninguna dirección–aquello que ella ha encontrado: una morada y un camino. Precisamente estos son los títulos de sus obras principales: camino y morada. Si lo pensamos bien, son propiamente las dimensiones fundamentales que la vida necesita para existir y ser humana, las cuales sentimos hoy tan amenazadas por un modo de vivir que nos invade y nos dispersa.

A aquel camino y aquella morada en las que Teresa ha vivido debería conducirnos este Centenario. Si no conseguimos ponerlos en el centro, creo que no agradarán a Santa Teresa las celebraciones que organizaremos para ella, por más solemnes, atrayentes y refinadas que sean. ¡Teresa es una monja simple y pobre, no lo olvidemos! Una monja con el hábito y las sandalias casi siempre llenos de polvo, con el rostro marcado por el cansancio físico, con el ánimo a menudo envuelto en sufrimientos y preocupaciones por sus hermanas y sus hermanos. Más allá, sin embargo, bajo esta superficie de cansancio y fragilidad, hay una fuerza y una determinación férreas.

Es la fuerza de quien, a pesar de tener que moverse continuamente, permanece en casa; es la decisión de quien, en medio de la complejidad de las situaciones, no pierde de vista la meta que orienta su camino. ¿Cómo haremos para poner en el centro el camino y la morada de Teresa? Releer sus escritos -como hemos hecho unidos a lo largo de estos últimos años-, es ciertamente un primer paso, de importancia fundamental. Pero no podemos quedarnos quietos. Hemos de pasar a la práctica.

Estamos llamados a reconocer en nosotros mismos aquello que las palabras de Santa Teresa describen, a encontrar mi casa y mi camino. Advierto que ello no se podrá conseguir si no realizamos elecciones. No sé si tendremos que elegir apagar un poco más a menudo nuestros teléfonos móviles, nuestros ordenadores, nuestras tabletas o bien -lo que es bastante más complejo- tendremos más bien que aprender a hacer de todo ello un uso diverso. De algo sí estoy convencido, es decir, que el Centenario no lo celebraremos adecuadamente solo haciendo cosas para honrar la memoria de Santa Teresa, sino haciéndonos Teresa, si me aceptáis esta expresión un tanto audaz.

Creo que Teresa nos está diciendo lo que San Pablo decía a sus discípulos de Corinto: vosotros mismos sois mi carta de recomendación, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no sobre tablas de piedra, sino sobre las tablas de carne de vuestros corazones” (2 Cor 3, 2-3).

En conclusión: ¿A dónde nos lleva el Centenario de Teresa? Nos lleva a nuestros corazones, el lugar donde habita nuestra verdad y la verdad del Dios vivo. Que ellas se encuentren en el nombre y siguiendo las huellas de la Santa: esta es la única celebración que podrá alegrar el corazón de la Madre y hacerle sentir la fecundidad de su búsqueda, de su lucha, de su infatigable peregrinar.

¡Gracias, Teresa, porque no para ti, sino, verdaderamente, para todos nosotros has nacido!