MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 12 de octubre de 2014

Dios nos invita a todos sin que lo merezcamos




(Is 25,6-10) Aquí está nuestro Dios; celebremos y gocemos con su salvación.
(Flp 4,12-14.19-20) Todo lo puedo en aquel que me conforta.
(Mt 22,1-14) Reunieron a los que encontraron, malos y buenos. La sala se llenó.

Dios nos invita a todos sin que lo merezcamos. La mayor causa de angustia de nuestro cristianismo es el creer que tengo que merecer mi salvación.

La misma situación y el mismo esquema que el domingo pasado, un cántico de Is, que es interpretado por el evangelista. El domingo pasado el simbolismo se tomaba de la viña, hoy la imagen es el banquete. También es un relato polémico que intenta acusar a los dirigentes judíos de haber rechazado la oferta de salvación que Dios les hace por medio de Jesús. Mt se dirige a una comunidad que tenía que superar el trauma de la separación de la religión judía, y el peligro de repetir los mismos errores. Insiste en el tema de la universalidad, que tantos quebraderos de cabeza produjo a las primeras comunidades.

El texto de Is es una joya. El profeta tiene que hablar a un pueblo que atraviesa la peor crisis de su historia. Lo hace con una visión de futuro muy lúcida. Creo que hoy el texto del AT supera al evangelio, en belleza formal y en mensaje teológico. Naturalmente que es un lenguaje simbólico. La prueba está en que no solo habla de manjares enjundiosos y vinos generosos, sino de quitar el velo (luto) de todos los pueblos, de alejar el oprobio y enjugar las lágrimas de todos los rostros, de aniquilar la muerte para siempre.

Se trata de una salvación total por parte de un Dios en quien confía el profeta a pesar de las circunstancias adversas. El intento de Is es que todo el pueblo soporte la dura prueba, confiando en un futuro que está en manos de Dios. Lo verdaderamente importante del relato de Is, el chispazo apuntado que tenemos que descubrir, es éste: Dios salva a todos. Y digo apuntado, porque también allí se ponen condiciones: los que no son judíos tienen que venir a “este” monte para encontrar salvación.

En el AT, el banquete designa los tiempos mesiánicos. Para Jesús significa el Reino de Dios. Un banquete no significa mucho para el que puede satisfacer su hambre todos los días; pero para los que acostumbran pasar hambre diariamente, puede ser una ocasión única para quitar las penas. En concreto, el banquete de boda era la única ocasión que tenía el pueblo sencillo de celebrar una fiesta y olvidarse de la dura realidad de una vida cuyo primer objetivo era la subsistencia. Naturalmente no se trata más que de una metáfora para indicar que Dios llama a saciar todos los anhelos del ser humano.

El relato es una interpretación del texto de Is desde la perspectiva de la primera comunidad. También hoy, Mt alegoriza el relato y lo completa con la segunda parte (vestido de boda) que no está en Lc. Es el Padre el que invita a la boda de su Hijo. Los primeros invitados son los jefes religiosos judíos que se negaron a aceptar el mensaje de Jesús. El prender fuego a la ciudad hace una alusión clara a la destrucción de Jerusalén. Los nuevos invitados son todos los seres humanos, sin importar ni raza ni condición social y, lo que es más escandaloso, sin importar si son buenos o malos.

Podemos pensar que en el relato, leído literalmente, existe una distorsión del mensaje de Jesús. El Dios de Jesús no es un señor que monta en cólera y manda acabar con aquellos asesinos. Esto no tiene nada que ver con la idea que Jesús tiene de Dios, pero responde muy bien al Dios del AT que a su vez refleja la manera de ser del hombre, proyectada sobre Dios. Es una pena que sigamos hoy con esa idea de Dios.

Tampoco el añadido del individuo que no llevaba traje de fiesta, tiene mucho que ver con el evangelio. Si salen a los cruces de los caminos para llamar a toda la gente que encuentren, ¿Qué sentido tiene que se le exija un vestido de boda? ¿Es que la gente va por los caminos vestidos de boda? Puede hacer referencia a la túnica blanca que se entregaba a los bautizados. Claro que la intención del evangelista es buena, pero se ha entendido literalmente y nos ha metido por callejones sin salida.

Se trata de evitar malas interpretaciones de la pertenencia a la comunidad. Era muy fácil entrar a formar parte de la comunidad y aprovechar todas las ventajas, pero sin cambiar las actitudes ni vivir de manera acorde con el evangelio. Nada más fácil que confesarse creyente, pero nada más difícil que entrar en la dinámica del verdadero cristianismo. No basta pertenecer nominalmente a una comunidad para salvarse. Solo el que de verdad se revista de Cristo (Pablo), puede estar seguro de entrar en el Reino. Dios no tome represalias contra nadie. Se queda fuera el que se niega a entrar.

El mensaje de las lecturas de hoy tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdead nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas y sus negocios y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación; si no respondemos que sí ya hemos dicho no. Como la parábola de los dos hermanos nos recordaba hace unos domingos, solo es válida la respuesta de las obras.

Cuando el texto dice que los primeros invitados no se lo merecían, tiene razón, pero existe el peligro de creer que los llamados en segunda convocatoria sí se lo merecían. El centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo que no terminamos de acepta. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados, los buenos con derecho a la exclusiva (fuera de la Iglesia no hay salvación).

Como parábola, el punto de inflexión está en rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una plenitud de ser. La voluntad da su adhesión a lo que la inteligencia le presenta como bueno. La clave está en descubrir lo que realmente es bueno y separarlo de lo que es solo aparentemente bueno.

No puede haber banquete, no puede haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a celebrar la gran fiesta. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que la realidad de nuestro mundo nos muestra muchas lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta que esa salvación personal que no incorpora la salvación del otro, no tiene nada de cristiana ni de humana.

Dios no es ningún rey dominador, ni ningún señor poderoso. No nos puede dar ni prometer nada, porque ya nos lo ha dado todo. Nuestra propia existencia es ya parte del don. Ese regalo está muy bien envuelto, podemos desenvolverlo o mantenerlo escondido durante toda la vida. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en una envoltura que da asco. No presentamos a la juventud un cristianismo que lleve a la felicidad absoluta, más allá de las trampas en las que hoy caen precisamente la mayoría de los jóvenes.

Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo un peligro el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?