MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Jesús Bastante: Francisco invita a "asumir el riesgo compartido" para construir una Colombia reconciliada


Jesús Bastante

"Constructores de la paz, promotores de la vida". Casi un millón de personas se dieron cita en el parque Simón Bolívar de Bogotá, donde el Papa Francisco presidió la primera Eucaristía a campo abierto de este histórico viaje a Colombia.

Con casi media hora de retraso (el discurso al CELAM se alargó), y en medio de una tarde que amenazaba lluvia, un Papa bastante cansado (el día ha resultado agotador, y aún se espera el encuentro-saludo a los obispos venezolanos) hacía acto de presencia en el parque. Tras un interminable paseo -la organización consiguió que casi todos pudieran ver de cerca al Santo Padre-, Francisco bajó del papamóvil y se abrazó a un grupo de niños discapacitados, que le acompañaron hasta la sacristía.

En su primera homilía en tierras colombianas, Bergoglio hizo suyo el pasaje evangélico en el que Jesús pide a sus discípulos que remen mar adentro y echen las redes para demostrar cómo "la palabra de Jesús tiene algo especial que no deja indiferente a nadie. Su palabra tiene poder para convertir corazones, cambiar planes y proyectos. Es una palabra probada en la acción".

Una palabra que, como en tiempos de Jesús, "sirve tanto para la seguridad de la orilla como para la fragilidad del mar". Para Francisco, como los pescadores en el mar, hace falta hacernos señas unos a otros "volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria", recalca el Papa, afirmando que "Pedro sabe de sus fragilidades, de sus idas y venidas, ...sabe la historia de violencia y división.... Pero al igual que a Simón, Jesús nos invita a ir mar adentro, nos impulsa al riesgo compartido, a dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz, promotores de la vida".


Hombres y mujeres, destacó, "que iluminen con su luz todo el sentido y la belleza de la existencia humana", que en ocasiones tiene tras de sí "tantos inocentes cuya sangre clama al cielo". Se trata, señaló de "las tinieblas de la sed de venganza y del odio que sangra con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta, las tinieblas de quienes se muestran insensibles al dolor de tantas víctimas".

Frente a ellos, "Jesús disipa las tinieblas con sus palabras en la barca de Pedro: Navega mar adentro". "Podemos enredarnos en discusiones interminables, y hacer un elenco de esfuerzos que han terminado en nada, pero igual que Pedro sabemos qué significa la experiencia de trabajar sin ningún resultado". "También la Iglesia en Colombia sabe de trabajos pastorales vanos e infructuosos- recuerda- , pero como Pedro, somos capaces de confiar en el Maestro".

Un mandato, el de confiar en Jesús, que no sólo va destinado a Pedro, sino a todos. "En Bogotá y en Colombia, peregrina una inmensa comunidad que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en la discapacidad y las situaciones de marginación social".

Multitudes, agregó el Papa, que "pueden llegar a ser verdaderas comunidades vivas, justas y fraternas si escuchan y acogen la Palabra de Dios. En estas multitudes evangelizadas surgirán muchos hombres y mujeres convertidos en discípulos, que con un corazón libre sigan a Jesús".


Y como hicieron los apóstoles, para ello "hace falta llamarnos unos a los otros, hacernos señas, como los pescadores. Volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria". Y así, "Bogotá y Colombia son, al mismo tiempo, orilla, lago, mar abierto, ciudad por donde Jesús ha transitado y transita para ofrecer su presencia y su palabra fecunda, para sacarnos de la tinieblas".

Una comunidad para "llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades. Subid a la barca a todas las familias, ellas son santuarios de vida. Haced lugar al bien común, por encima de los intereses mezquinos y espirituales, cargad a los más frágiles, promoviendo sus derechos".

Igual que Pedro, los colombianos "también sabemos de la historia de violencia y división de nuestro pueblo", que se resuelve con el impulso "al riesgo compartido". "No tengan miedo de arriesgar juntos de dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz, promotores de la vida".

"Navega mar adentro, dice Jesús. Y los discípulos se hicieron señas para juntarse todos en la barca. Que así sea para este pueblo", concluyó el Papa.




Homilía del Papa:

El Evangelista recuerda que el llamado de los primeros discípulos fue a orillas del lago de Genesaret, allí donde la gente se aglutinaba para escuchar una voz capaz de orientarles e iluminarles; y también es el lugar donde los pescadores cierran sus fatigosas jornadas, en las que buscan el sustento para llevar una vida sin penurias, digna y feliz.

Es la única vez en todo el Evangelio de Lucas en que Jesús predica junto al llamado mar de Galilea. En el mar abierto se confunden la esperada fecundidad del trabajo con la frustración por la inutilidad de los esfuerzos vanos. Según una antigua lectura cristiana, el mar también representa la inmensidad donde conviven todos los pueblos. Finalmente, por su agitación y oscuridad, evoca todo aquello que amenaza la existencia humana y que tiene el poder de destruirla.

Nosotros usamos expresiones similares para definir multitudes: una marea humana, un mar de gente. Ese día, Jesús tiene detrás de sí, el mar y frente a Él, una multitud que lo ha seguido porque sabe de su conmoción ante el dolor humano... y de sus palabras justas, profundas, certeras. Todos ellos vienen a escucharlo, la Palabra de Jesús tiene algo especial que no deja indiferente a nadie; su Palabra tiene poder para convertir corazones, cambiar planes y proyectos. Es una Palabra probada en la acción, no es una conclusión de escritorio, de acuerdos fríos y alejados del dolor de la gente, por eso es una Palabra que sirve tanto para la seguridad de la orilla como para la fragilidad del mar.

Esta querida ciudad, Bogotá, y este hermoso País, Colombia, tienen mucho de estos escenarios humanos presentados por el Evangelio. Aquí se encuentran multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana. Estas multitudes de hombres y mujeres, niños y ancianos habitan una tierra de inimaginable fecundidad, que podría dar frutos para todos.

Pero también aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas.

A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye con su mandato en la barca de Pedro: «Navega mar adentro» (Lc 5,4). Nosotros podemos enredarnos en discusiones interminables, sumar intentos fallidos y hacer un elenco de esfuerzos que han terminado en nada; igual que Pedro, sabemos qué significa la experiencia de trabajar sin ningún resultado.


Esta Nación también sabe de ello, cuando por un período de 6 años, allá al comienzo, tuvo 16 presidentes y pagó caro sus divisiones («la patria boba»); también la Iglesia en Colombia sabe de trabajos pastorales vanos e infructuosos, pero como Pedro, también somos capaces de confiar en el Maestro, cuya palabra suscita fecundidad incluso allí donde la inhospitalidad de las tinieblas humanas hace infructuosos tantos esfuerzos y fatigas.

Pedro es el hombre que acoge decidido la invitación de Jesús, que lo deja todo y lo sigue, para transformarse en nuevo pescador, cuya misión consiste en llevar a sus hermanos al Reino de Dios, donde la vida se hace plena y feliz. Pero el mandato de echar las redes no está dirigido sólo a Simón Pedro; a él le ha tocado navegar mar adentro, como aquellos en vuestra patria que han visto primero lo que más urge, aquellos que han tomado iniciativas de paz, de vida. Echar las redes entraña responsabilidad.

En Bogotá y en Colombia peregrina una inmensa comunidad, que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y en el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación social. También multitudes que viven en Bogotá y en Colombia pueden llegar a ser verdaderas comunidades vivas, justas y fraternas si escuchan y acogen la Palabra de Dios.

En estas multitudes evangelizadas surgirán muchos hombres y mujeres convertidos en discípulos que, con un corazón verdaderamente libre, sigan a Jesús; hombres y mujeres capaces de amar la vida en todas sus etapas, de respetarla, de promoverla. Hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria. Bogotá y Colombia son, al mismo tiempo, orilla, lago, mar abierto, ciudad por donde Jesús ha transitado y transita, para ofrecer su presencia y su palabra fecunda, para sacar de las tinieblas y llevarnos a la luz y la vida. Llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades; subir a la barca a todas las familias, santuario de vida; hacer lugar al bien común por encima de los intereses mezquinos o particulares, cargar a los más frágiles promoviendo sus derechos.

Pedro experimenta su pequeñez, lo inmenso de la Palabra y el accionar de Jesús; Pedro sabe de sus fragilidades, de sus idas y venidas, como lo sabemos nosotros, como lo sabe la historia de violencia y división de vuestro pueblo que no siempre nos ha encontrado compartiendo barca, tempestad, infortunios. Pero al igual que a Simón, Jesús nos invita a ir mar adentro, nos impulsa al riesgo compartido, a dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz, promotores de la vida.