Fray
Marcos Rodríguez OP
Lc 1, 39-56
El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión no garantiza que se haya entendido siempre correctamente. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta hacerla inútil. La mitología sobre María puede ser positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.
La Asunción de María fue durante muchos siglos una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia. En este caso no fueron las discusiones teológicas las que provocaron la definición de una verdad de fe sino la intención de dar al pueblo una confirmación oficial de sus intuiciones sobre María. De esta manera se intenta apuntalar los privilegios, que la sociedad le estaba arrebatando.
El dogma dice: "La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir con un dogma, y otra muy distinta la formulación en que se expresa esa verdad.
Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad.
Cuando el dogma habla de "en cuerpo y alma", no debemos entenderlo como lo material o biológico por una parte, y lo espiritual por otra. El hilemorfismo, mal entendido nos ha jugado un mala pasada. Los conceptos griegos de materia y forma, son ambos conceptos metafísicos. El dogma no pretende afirmar que el cuerpo biológico de María está en alguna parte, sino que todo el ser de María ha llegado a identificarse con Dios.
No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Se armó un gran revuelo en los medios de comunicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho que el cielo está allá arriba. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, porque está demasiada arraigada la idea de un cielo como lugar a donde irán los buenos.
Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás justos serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante eterno. La materialización del más allá, como si fuera un trasunto del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se siguen encontrando muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida de aquí abajo, de la que conocemos sus condicionantes.
No sé lo que pensó Pío XII al proclamar el dogma, pero yo lo entiendo como un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total, es decir, que alcanzó su plenitud. Esa plenitud solo puede consistir en una unificación e identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su proceso de maduración terreno y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos, como puede ser: sentarla en un trono, coronarla, declararla reina, etc., sino por proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la que nos espera a todos.
En lenguaje bíblico "cielos" significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en "los cielos".
Que nadie piense que vamos contra el dogma de la Asunción. Lo que pretendemos es superar una manera de entenderlo que es ininteligible hoy. Es imposible meter las realidades trascendentes en conceptos humanos. Lo vamos a seguir intentando, pero al hacerlo debemos tener en cuenta la precariedad de los resultados. Los conceptos utilizados no podemos entenderlos en sentido estricto, por eso la manera de entenderlos será siempre acomodada al universo conceptual que en ese momento utilizamos.
El paradigma que nos permite interpretar la realidad en un momento determinado de la historia y de la cultura, no podemos elegirlo a capricho, viene dado por una infinidad de condicionantes que no tenemos más remedio que aceptar, si no queremos quedar aislados y sin posibilidad de entendernos con los demás. Es inútil pretender seguir usando en el ámbito religioso un universo conceptual ya superado. Lo único que conseguiremos será entrar en una esquizofrenia intelectual que puede engañarnos pero no satisfacernos.
Los cristianos tenemos todo el derecho de seguir utilizando a María como medio para acercarnos a la divinidad. No tiene importancia que al hacerlo, nos alejemos de la paisana de Nazaret que fue la madre de Jesús. Lo que importa es que la María mitificada nos ayude, de verdad, a entender mejor el mensaje de Jesús.
Desde el momento en que Jesús fue entendido como Hijo de Dios, hemos caído en la trampa de divinizarlo y alejarlo de nuestra humanidad. Esa separación ha llegado a ser tan abismal y lo ha alejado tanto de nosotros que ya no podemos encontrar en él el modelo de ser humano, aunque el único título que Jesús se dio a sí mismo fue el de "Hijo de hombre". Sin esa indispensable conexión con lo humano, lo colocamos de entrada en el ámbito de lo divino y no lo podemos percibir como uno de nosotros.
El principal objetivo de todo lo que se ha dicho de María, sería precisamente superar este escollo, y descubrir en ella la figura completamente humana que nos permita acercarnos a la divinidad descubriéndola en ella. Precisamente porque no existe el peligro de confundirla con Dios, podemos ensalzarla hasta el infinito y ver en ella reflejada toda la fuerza de la divinidad. De esta manera podemos entender que esa misma divinidad está también involucrada en nuestra propia existencia.
No debemos desmantelar toda la riqueza teológica que hemos volcado sobre María durante muchos siglos. Lo que debemos hacer es traducir al lenguaje de hoy todos esos conceptos que ya no son comprensibles para nuestra manera de entender el mundo. Si esta tarea la llevamos a cabo con humildad y coherencia, podemos descubrir un filón de posibilidades de comprensión de la figura de Jesús y de la verdadera encarnación.
Es verdad que el pueblo sencillo no se equivoca nunca. Pero los que interpretamos las convicciones de ese pueblo, sí podemos equivocarnos y darles un sentido que no tuvieron en su origen. Debemos estar mucho más atentos a lo que vive la Iglesia como pueblo de Dios, que a lo que nos dicen los teólogos o los especialistas de la religiosidad. Cuando se habla de la infalibilidad, hay que tener en cuenta que es siempre la expresión de un sentir de la comunidad, no de la ocurrencia de una persona por muy Papa que sea.
Que esta fiesta nos invite a mirar a María con nuevos ojos, para que sea un acicate que nos lleve a descubrir la cercanía de lo divino a todas y cada una de las criaturas. La meta de todo ser humano es la misma que alcanzó María y que hoy celebramos. Dios está haciendo cosas grandes en cada uno de nosotros, aunque vivimos sin enterarnos de ello.