Pedro Pierre
El otro día, pasando por un pueblo, vi escrita esta expresión en un viejo cartelón: “Dejar de resignarnos”. Preguntando si hubo algún motivo para tal invitación, se me explicó: “Antes había mucha organización y muchas luchas para lograr vivir con dignidad y hoy hay mucho conformismo. Se debería retomar la herencia de los antepasados que se rebelaron contra la explotación y la humillación”.
Acogí esta proclama y esta explicación pensando en los muchos conformismos de nuestros días. Hoy ¡cuánta explotación!, en particular con la propaganda de los medios de comunicación; y ¡cuánta humillación!, en el trabajo o el desempleo. Hay que retomar otra afirmación de la dignidad y de la rebeldía: “Sin embargo, no pudieron eliminarnos ni hacernos olvidar lo que somos, porque somos la cultura de la tierra y del cielo”.
Hasta entre los cristianos se escucha a veces que “hay que resignarse”. Qué palabras tan contradictorias con la actitud de Jesús de rebeldía y de lucha contra todo lo que atropellaba y disminuía a las personas. En nombre de nuestro Dios que es Trinidad o sea Comunidad, Jesús quiso que nos organizáramos en fraternidad y equidad, tal como lo hacían las primeras comunidades cristianas. Estas fueron el nuevo pueblo de Dios, muestra y semilla de una sociedad más justa y humana. Dios no quiere la explotación de unos por otros ni nuestra humillación por parte de un sistema que nos engaña y nos despoja. Dios no quiere gentes agachadas ni pasivas. Es diabólico aceptar lo que todavía se escucha de vez en cuando: si hoy nos resignamos, mañana en otro mundo -ilusorio- seremos colmados de una felicidad regalada.
Jesús nos salva en el sentido que nos enseña un camino de felicidad para hoy. Claro, es el mundo al revés: “¡Felices los pobres!… ¡Pobres de ustedes, los ricos!”. “No se dejen vencer por el mal; más bien venzan el mal por el bien… No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior”, escribía San Pablo. “Ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas; pues Él los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes no eran su pueblo, pero ahora son pueblo de Dios… la piedra angular del Reino”, proclamaba San Pedro. No hay más que una manera de ser feliz: juntos vivir por los demás, según los criterios del Reino inaugurado por Jesús, transformándonos y transformando las estructuras.
Es la lucha colectiva y organizada a la que estamos llamados para ser humanos de verdad. La vida es una lucha permanente contra el egoísmo, la indiferencia, la complicidad que nos habitan, una lucha mancomunada contra las estructuras de la maldad que nos paralizan y nos despojan.
En estos días en que recordamos un año más de la pascua de monseñor Leonidas Proaño, su vida ejemplar y sus palabras alentadoras nos invitan a nunca resignarnos. Somos herederos y continuadores del Reino comenzado por Jesús. Una realidad que no se detiene.