MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

sábado, 25 de octubre de 2014

Más allá de sus ojos

 
Ramiro Díez

Hoy en la mañana estábamos todos tranquilos, confiados. La noche anterior habíamos tenido una luna llena, tan intensa, que podíamos vernos unos a otros. Ya después, en la madrugada, había caído una llovizna fina, tierna, y los que vivimos en el campo, en medio de las montañas, siempre lo celebramos. Así que a la salida del Sol había un ambiente sereno y optimista para una nueva jornada. Pero en cuestión de horas las cosas cambiaron de manera dramática. Al fondo se escuchó el roncar de un motor enorme. Y luego, el ruido de otros motores más poderosos, con sonidos diferentes, amenazantes. Entonces fue cuando vimos a los hombres subiendo por el camino de la colina, hacia el lugar donde nos encontrábamos. No eran muchos, pero un terror silencioso se apoderó de nosotros porque no podíamos escapar de ninguna manera.

El jefe de todos parecía ser el de gorra negra y camisa roja. Pero no fue él quien llegó hasta nosotros. Simplemente me miró, a lo lejos, y me señaló. Con un gesto fue suficiente. Otro hombre que venía con él me apuntó con un objeto metálico que traía sobre sus hombros, y empezó a caminar hasta nuestro sitio. Confieso que tuve pánico cuando se acercó hasta mí. Lo que traía entre sus brazos era un hacha. Me miró de arriba abajo, me acarició por un momento, y se alejó un poco para verme mejor. Se quitó la camisa, bebió un trago largo, que parecía ron, y entonces ¡Tshash! el primer hachazo. Yo me sacudí un poco, y el bosque se llenó de chillidos de terror. ¡Tshash! Segundo hachazo. Y se estremecieron los nidos escondidos en mi follaje. Tuve que despedirme de ellos. ¡Tshash! Tercer hachazo, y estiré un poco más mis ramas para vivir mejor, y por última vez, el viento, el Sol, las nubes. ¡Tshash! Y mis raíces saborearon un poco del agua profunda de las oscuridades. Adiós al arroyo que corría a lo lejos. ¡Tshash! ¡Tshash! ¡Tshash! Y así durante tanto tiempo como una eternidad. Al fondo, las voces asustadas de los pájaros, el chillido de terror de los monos. Al final, el bosque se llenó del estruendo ceremonioso y fatal de mi caída. Y luego, casi nada. Un rumor temeroso, como del viento, en alguna parte, que servía de fondo a la carcajada cansada pero feliz del hombre.

Lo que él no sabe es que en el último momento, más allá de sus ojos, alcancé a lanzar muchas semillas. Y serán demasiado sutiles para el feroz acero de su hacha.

Dicen que los árboles, con su voz, mezcla de silencios, trinos y rumor de vientos, conservan alguna esperanza. No sucede lo mismo con los reyes. Para ellos no existe segunda oportunidad.