Pedro Pierre
Esta invitación es el lema pastoral de un obispo francés recién nombrado por el papa Francisco. Llama la atención tal invitación poco común. Generalmente en la Iglesia católica se invita más bien a entrar en la Iglesia: son los de fuera que “tienen que entrar” en la Iglesia. En este caso son los de dentro que tienen que salir. Es una manera de responder a los llamados del papa Francisco que invita reiteradamente a los católicos y al clero en particular a salir de las iglesias, sacristías, parroquias, movimientos… para ir al encuentro de los demás, a ‘oler a ovejas’, para construir con ellos la fraternidad, la justicia, la espiritualidad.
Contradice frontalmente a los dictadores militares y civiles que querían que los sacerdotes y los laicos nos quedáramos en las sacristías y las iglesias. Contradice también a los grupos integristas y fundamentalistas de la Iglesia católica que prefieren trabajar ‘puertas adentro’ y que repiten: “¡Fuera de la Iglesia no hay salvación!”.
Esta expresión “¡Ven fuera!” hace pensar también en Jesús que gritó a su fallecido amigo Lázaro: “¡Lázaro, sal fuera!”. De tanto encerrarnos los cristianos en nuestras torres de marfil carcomido hemos perdido el sentido de la vida y el sabor del Evangelio. Junto a ese obispo, el papa Francisco nos invita a salir de todas nuestras instituciones que se han vuelto sepulcros en vez de ‘tiendas de campaña’ abiertas a todos y propiedades de todos.
Es lo que decía el profeta Ezequiel de parte de Dios: “Voy a abrir las tumbas de ustedes, oh pueblo mío, haré que se levanten de sus tumbas… Cuando haya abierto sus tumbas y los haya hecho levantarse, sabrán que yo soy Yavé… Serán mi pueblo y yo seré su Dios”.
Esa es la salida, el éxodo que tenemos que emprender: salir de todo lo que nos encierra y nos mata para reunirnos con todas y todos los que construyen un pueblo fraternal y constituyen el pueblo de Dios. No es de Jesús una Iglesia poderosa, distante, fría, reaccionaria, sino la que se hace pobre, sencilla, acogedora, cercana, realista, liberadora.
Dejemos de ser una Iglesia moralista obsesionada por el aborto, las relaciones sexuales, la contracepción, el matrimonio homosexual… para ser una Iglesia centrada en Jesucristo y su Reino, sacramento de la misericordia, el perdón y la fiesta. Olvidémonos como Iglesia centrada en sí misma, segura de ser propietaria de la verdad total… para ser la Iglesia de los pobres donde los últimos sean los primeros… en decidir. Construyamos desde abajo la Iglesia que soñamos y comenzamos a ser.