Xavier Flores Aguirre
Abogado, especialista en Derechos Humanos.
A fines de junio, 239 establecimientos de la cadena australiana de supermercados Woolworths (conocidos coloquialmente como Woolies) colocaron carteles con la frase ‘Happy Ramadan’ y algunos ofrecieron nueces y frutos secos a su clientela. Los establecimientos de Woolworths que hicieron esto fueron aquellos situados en lugares de numerosa población musulmana. Se trata, por supuesto, de una estrategia comercial de esta cadena de supermercados para captar clientela en la comunidad musulmana durante el mes que dura el Ramadán (este año, desde el 28 de junio hasta el 27 de julio).
Ha sido interesante observar la reacción de algunas personas ante la postura de Woolies. En la página de Facebook de esta cadena de supermercados, varios de sus clientes manifestaron sus críticas. Por ejemplo, hubo una persona que dijo que se sentía ofendida “como australiana y como mujer”; otra, que amenazó con boicotear los establecimientos donde estuvieran esos carteles; otra más, que acusaba a Woolworths de “alcahuetear a una minoría”. Un blog conservador, sin más, acusó a Woolies de “promover el terrorismo islámico” (?). En realidad, no se entiende cómo el hecho de colocar carteles con una frase que incluye la palabra ‘Happy’ y ofrecer frutos secos pueda resultar en un daño o en alguna afectación a alguien, al punto de provocarle a esa persona reacciones como las ya citadas. Ciertamente, lo que demuestra este tipo de reacciones son las dificultades que enfrenta la tolerancia religiosa.
En mi caso, le tengo simpatía a lo hecho por Woolworths. Persiguió su propio interés (el vender más productos) a través de enviar un mensaje positivo y de reconocimiento de la diversidad existente en el territorio. Lo hizo donde podía tener éxito (no tiene sentido desear un ‘Happy Ramadan’ donde no existe una comunidad que lo conmemora) y lo hizo sin ofender a nadie. Cuando le preguntaron al vocero de Woolworths sobre este asunto, respondió que la cadena celebra “tantas festividades internacionales como es posible para respaldar la diversidad de la población australiana”. Según afirmó, esto incluye el Diwali (festividad hindú), el Año Nuevo Lunar (festividad china) y la Pascua (festividad judía).
La base de la tolerancia está en el reconocimiento del otro; es más difícil respetar lo que no se conoce. El secretario del Consejo Islámico del estado de Victoria (al sureste de Australia, capital Melbourne) opinó que las personas que se oponían a lo hecho por Woolworths lo hacían por su ignorancia del islam y por miedos insustanciales. Es difícil no coincidir con su opinión. Es absurdo que sean tantas las personas en el mundo occidental que desprecian a los creyentes en el islam porque los asocian con acciones violentas (por ejemplo, con los musulmanes que salieron a quemar embajadas de Dinamarca porque en dicho país se publicó una caricatura de Mahoma). En ese caso, lo que esas personas desprecian es el ‘muñeco de paja’ que se han inventado para justificar sus miedos y su ignorancia. Juzgar a los creyentes en una religión por los actos cometidos por unos cuantos radicales es una manera muy torpe de pensar. Es tomar la parte por el todo, es reemplazar la complejidad de la discusión por la simpleza de los prejuicios.
El islam es la religión más practicada en el mundo. Sí, incluso por encima del catolicismo. Se calcula que hay cerca de 1.600 millones de personas creyentes en el islam (22% de la población mundial); católicos, hay 1.228 millones (17%). Los musulmanes que salieron a las calles a quemar embajadas en aquella ocasión, por ejemplo, no superaban unos pocos miles. Eso es menos del 0,001% de creyentes en el islam. ¿Se puede juzgar a todo el resto, por ese número mínimo (y reprochable) de violentos? ¿Se puede meter a todos en el mismo saco y omitir el reconocimiento de otras varias formas de practicar el islam que involucran la compasión, la paz y el amor?
El error de esta forma de razonar es criticar lo que no se conoce a fondo. Mucha gente que tiene una opinión negativa sobre otros es porque nunca jamás ha tratado de conocer a aquellos que critica. Se conforman con unas ideas preconcebidas sobre lo que el otro es: el esfuerzo y la honestidad intelectual de conocer a los demás (a la casi infinita diversidad que implican los otros, para bien o para mal) es algo que está fuera de sus capacidades. Así se ha justificado (y se sigue justificando, por supuesto) la discriminación a homosexuales, negros o musulmanes. Y la lista es larga, y contiene muchas peores expresiones que las citadas unas líneas más arriba.
El escritor español Miguel de Unamuno tenía una frase certera para describir la cura que requiere la gente discriminadora: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”. La interacción con las ideas y con la realidad de los otros es la mejor manera de reconocer y apreciar la diversidad que en el mundo existe y de generar empatía frente a lo que otras personas viven y experimentan, de las que tanto puede aprenderse.
En Guayaquil había una única mezquita, situada en Urdesa, frente a la casa en la que se organizó el Inmundicipio unos tres años atrás. La mezquita se llamaba Jesús, porque Jesús es uno de los profetas del islam. Creo que ya no siguen allí, pero dondequiera que estén, feliz Ramadán a ellos, también.